Si al despertar veo el reloj y son las dos de la tarde, después de una noche de juerga, me preparo para no hacer nada, lo mínimo, sólo ir a comprar el periódico y ya, después encender el televisor para pasar el resto de la tarde. Esto es el pretexto ideal para que media hora después esté como un mounstro iracundo e irracional que lo que busca es salir de ese estado de pasividad total, en donde el ser humano deja de serlo y demuestra que también puede ser un animal que se limita a existir y comer.
Lo anterior posiblemente date de mi infancia/adolescencia en donde mi padre todos los domingos, si no había alguna reunión de por medio el sábado, se levantaba en punto de las ocho de la mañana para ir a correr y de paso me despertaba para que le acompañase. Créanme que era muy difícil decirle que no, tan sólo por no aguantar el sermón en caso de una negativa, me iba a correr con él. Parecía que la cama le quemara si no se iba al parque según el "a relajarse".
Lo bueno del asunto fue que unos años después lleve a casa al que fuera el primer perro de la familia, entonces en lugar de llevarme a mí llevaba al perro, eso me quitó un gran peso de encima. Mucho tiempo después, todos los domingos en punto de las ocho, el reloj biológico de mi padre le despierta y lo hace empezar a dar vueltas hasta que se levanta diez minutos después. Uno de los perros de casa empieza a alborotarse porque sabe que irá a correr, mientras el otro se pone celoso porque sin razón alguna fue elegido para solamente estar en casa.
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