jueves, 3 de septiembre de 2009

Septiembre 3: Abandonar el barco

Cuando llegué a Madrid a estudiar el Máster con toda la ilusión de vivir en otro país en donde no conocía a nadie, dejando atrás a mis amigos y familia, me empecé a rodear de muchos mexicanos. Escuchaba alguien diciendo un "guey" y ahí estaba yo para acercarme a conocerle. Emilio se convirtió en mi primer y más grande amigo e inseparable, nos metíamos unas parrandas que llegaban a durar hasta una semana de fiesta sin parar, yo por supuesto llegaba a clases muerto de cansancio. Esto me duró un año hasta que decidió abandonar Madrid pesé a que era él quien se quería quedar porque -no aguantaba el clasismo y la hipocrecia en México. Eso lo sostuvo hasta el momento en que prefirió la comodidad de seguir viviendo con el estilo de vida que tiene allí con el empleo asegurado que su padre le ofrecía en la empresa familiar, en lugar de buscarse la vida aquí que para eso ya tiene edad. 

Poco a poco se fueron yendo mis amigos mexicanos y hoy puedo decir que me despedí de la penúltima, Mónica. Coincidimos en varios trabajos y hasta en el mismo vuelo que nos trajo aquí para estudiar, con ella podía de hablar de temas del gimnasio, pues como yo, es monitora y da clases por pasión. Pese a que tenía un trabajo que muchos envidiarían pues a pocos se les dan los números como a ella,  decidió irse, evaluó la situación y le pesa que allá está toda su familia y su vida. Para despedirla hoy nos fuimos a comer a La Gloria de Montera con los ex compañeros del trabajo y después un café al Mercado de San Miguel para que lo conociera antes de irse. 

Me queda una compatriota en la lista de grandes amigos, misma que se va en octubre de regreso, no sé si eso signifique que ya no busque a gente de mi país porque he aprendido a no sentir la soledad del expatriado o porque simplemente México pesa mucho y todos deciden abandonar el barco. 

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